jueves, 23 de septiembre de 2010

Conjugar un nuevo verbo

Gustavo Duch Guillot. La Jornada de México, 23 de septiembre de 2010Ecuador, por fin y por muchos esfuerzos sumados y conjugados, yasuniza.En el delta del Níger; en la laguna del Tigre, en Guatemala, en el Madidi, en la Amazonia de Bolivia; en las selvas de Perú; en los páramos de Colombia… quiere –su sociedad civil– yasunizar. La civilización, nuestra y de ahora, debería lo más pronto posible yasunizar.
Mientras en el Golfo de México casi 5 millones de barriles de crudo, según los científicos, han salido a la superficie de forma incontrolada, en el mayor derrame no intencional de petróleo de la historia, en Ecuador, el pasado 2 de agosto se firmó un fideicomiso entre el gobierno ecuatoriano y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), como primer paso, fundamental, para dejar bajo tierra –sin posibilidad de escapes, de contaminación de ríos y cielos, de esclavizajes empresariales, sin oleoductos fragmentando territorios, sin chimeneas apuntando al corazón, etcétera– 850 millones de barriles de petróleo.
El fideicomiso permite poner en marcha la llamada Iniciativa Yasuní, de dejar sin explotar uno de los yacimientos petroleros más importantes del mundo, enclavado en un parque natural –el Yasuní– con un valor ecológico incalculable. Para ello, algunos cálculos sí que se han hecho. Básicamente, Ecuador renuncia a su petróleo si por parte de la comunidad internacional se contribuye con la mitad del valor monetario que supondría la extracción (3 mil 500 millones de dólares en 10 años) a modo de compensación por los ahorros en los costes ecológicos (globales) que tendríamos derivados de la quema de todo ese crudo (sólo en anhídrido carbónico el planeta se ahorra 410 millones de toneladas). Debemos añadir que esa cantidad económica, que esperemos se alcance, se justificaría también como primer pago para saldar la deuda ecológica que el norte rico tiene sobre países explotados ambientalmente como Ecuador. Por ejemplo, grandes corporaciones se enriquecen con la exportación de langostinos de Ecuador a toda Europa, a costa de destruir muchas hectáreas de manglares.
La Iniciativa Yasuní tiene el enorme valor de ser la primera propuesta de estas características, alimentada por tantos años de resistencia de las comunidades amazónicas frente a las agresiones de las petroleras y por el empuje de los movimientos ecologistas ecuatorianos. Personas como el ex canciller Fánder Falconí, el ex ministro y presidente de la Asamblea Constituyente Alberto Acosta o Esperanza Martínez, cofundadora de Acción Ecológica y de Oilwatch, junto con apoyos internacionales, como el del profesor catalán Joan Martínez Alier, han sabido empujar en los momentos clave, para que ahora, tras la firma del fideicomiso, toda la sociedad vele porque el proceso siga adelante como se diseñó. No explotar el petróleo del Yasuní sólo tiene unas víctimas, las corporaciones del petróleo, y tienen muy mal perder.
Cuando yasunizar aparezca en los diccionarios, hará referencia etimológica al pueblo huaorani que habita la región, ya que como ellos y ellas dicen, viven en lassociedades de la abundancia, pues producen lo mínimo suficiente para satisfacer sus necesidades.
Yasunizar, expresión que marca un avance evolutivo de toda una sociedad en pos de su sostenibilidad.
Yasunizar se aplica a aquellas acciones valientes construidas desde pensamientos libres, que no se dejan contaminar.
Yasunizar, ofrecer un cambio de paradigma real y posible-- Gustavo Duch Guillot

Apoyar la resistencia a la invasión de las especies exóticas

En este nuevo Día Internacional contra los Monocultivos de Árboles, volvemos a denunciar los graves impactos resultantes de plantaciones a gran escala de eucaliptos, pinos, palma aceitera y otras especies y hacemos llegar nuevamente nuestro apoyo a los pueblos impactados por ellas.
Los territorios de numerosos pueblos de África, Asia y América Latina están siendo invadidos y apropiados por grandes empresas –nacionales y extranjeras- para destinarlos a la plantación de monocultivos de árboles a gran escala, con el objetivo de producir materia prima abundante y barata para varias industrias (celulosa, madera, energía, caucho), así como para servir como “sumideros” negociables en el mercado de carbono. Al igual que en toda invasión, de la misma no solo participan los actores más visibles (empresas y Estado en este caso), sino que hay una serie de cómplices –visibles e invisibles- que la hacen posible. En el caso de la invasión plantadora, cabe mencionar el rol fundamental que cumplen algunos organismos bilaterales de “cooperación”, empresas consultoras, organismos y procesos de Naciones Unidas (encabezados por la FAO), instituciones financieras privadas y multilaterales, por mencionar a los principales. El maquillaje posterior del desastre social y ambiental queda luego a cargo de esquemas de certificación como PEFC, FSC, RSPO y otros. La invasión y apropiación del territorio resulta en la reducción drástica de tierras disponibles para la producción de alimentos, así como la desaparición de una serie de recursos hasta entonces obtenidos de los bosques y otros ecosistemas nativos (frutos, fibras, maderas, medicinas, carne, miel, hongos, etc.). A la destrucción de los recursos de flora y fauna se suma la degradación y/o la desaparición de los recursos hídricos locales, como resultado de la acción combinada del uso masivo de agrotóxicos, del consumo excesivo de agua por parte de los monocultivos, de obras de drenaje y de procesos de erosión del suelo. Es decir, que en poco tiempo las comunidades locales son despojadas de todos los recursos de los que hasta entonces disponían y su territorio pasa a ser ocupado por miles y miles de árboles de una sola especie que solo resultan de utilidad para la empresa que los plantó. La comunidad queda en situación de dependencia con respecto al poder económico y político de la empresa y al interior de las comunidades, las mujeres son más impactadas que los hombres. Si bien la oposición silenciosa siempre está presente, cada vez que las condiciones lo hacen posible surgen procesos abiertos de resistencia contra las plantaciones, lo cual normalmente resulta en enfrentamientos con la empresa y con el aparato represivo del estado. Dependiendo de muchos factores, tanto internos como externos, el resultado puede ser el éxito o la derrota, pero en ambos casos las comunidades pagan un precio muy elevado: hostigamiento, golpizas, violaciones, encarcelamiento y hasta asesinatos. Dada la desigualdad de fuerzas entre las comunidades locales y la fuerza combinada empresa/Estado, resulta de vital importancia el apoyo externo –nacional e internacional- y la visibilización de la lucha como forma de generar mejores condiciones para el éxito de la resistencia. En este nuevo Día Internacional contra los Monocultivos de Árboles, hacemos un llamado a redoblar esfuerzos por apoyar la lucha de quienes hoy resisten contra la invasión de sus territorios por parte de empresas plantadoras. Al mismo tiempo, exigimos a las agencias bilaterales y multilaterales que desistan de promover un modelo como éste que ya ha demostrado hasta el hartazgo ser social y ambientalmente desastroso.